Antes, el concepto nutricional de las grasas era bastante sencillo: las grasas saturadas eran las malas y las grasas poliinsaturadas, las buenas.
Pero la cuestión es un poquito más complicada. Ahora hablemos de una ingesta de grasas equilibrada.
De dos tipos de grasas poliinsaturadas en concreto: omega-3 y omega-6.
Empezaremos con un poco de terminología: los términos omega-3 y omega-6 se refieren a la estructura química de los ácidos grasos y hay varios tipos de omega-3 y omega-6 en los alimentos, no sólo uno.
Dentro de cada grupo existen ácidos grasos “esenciales”, es decir, los que necesitamos ingerir porque el cuerpo no los produce. En pequeñas cantidades, los ácidos grasos omega-3 contribuyen a la vista y a la función cerebral*.
El problema es que los alimentos que ingerimos están sobrecargados de omega-6 y no ingerimos suficientes omega-3.
Tenemos un exceso de omega-6 que está presente en cualquier alimento: fritos, bollería, patatas fritas, aliños de ensaladas y dulces.
Al mismo tiempo, no ingerimos suficientes omega-3, sobre todo de pescado, pero tampoco de alimentos como verduras o frutos secos.
Para asegurarte de tomar un equilibrio adecuado de grasas, procura comer más pescado o plantéate tomar un complemento alimenticio de aceite de pescado. Alimentos como las semillas de chía, las semillas de linaza y las nueces son fuentes ricas en ácidos grasos omega-3, así que haz lo posible por incluirlos en cada comida.
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